Con las manos tendidas sobre mi almohada…pienso si debería hablar, sueño sin decir nada...no me conviene pensar. Escribo en un cuaderno mientras las letras van desapareciendo y con ellas, todos los recuerdos que parecía que regresarían algún día. Son sueños. Sueños que podes tocar, que son de verdad...sueños de amantes sin dueños, sueños que siempre estarán...
Pero cuando todo desaparece, nada puede cambiarlo, no hay vuelta atrás. Explico mis hazañas vividas en aquella libreta olvidada...que nadie encontrará. Mi corazón se ha cerrado, ha visto la dura realidad. Ahora un muro de piedra me cubre, me convierte en lealtad. A su vez en desconfianza, te das cuenta de que no podes seguir viviendo así...¿o quizás sos lo suficientemente fuerte como para soportar el dolor?
En este mundo donde las palabras sangran, donde corazones de hierro no pueden ser derretidos ni por el más arduo fuego. En este mundo donde más de uno acaba sin vida, donde es imposible sobrevivir dependiendo de los demás...
Pero aún así, me acerqué a él. Sin miedo a lo que pudiera pasar. Me acerqué en mis pensamientos, en mi mente. Nunca conseguí hablarle. Ahora es tarde para explicar. Me senté divisando la arena, que estaba a merced de las olas del mar. Era un bonito atardecer de un dia como otro cualquiera...
Sentí como las palabras salían de mí, hacia la nada. No había nadie. Todo estaba desierto. ¿Soledad? ¿Tranquilidad? Sólo sabía que me gustaba ese lugar. El viento era muy fuerte pero era acogedor. Aunque intentaras evadirte de la realidad por unos instantes te sería imposible ya que, te mantenía despierta, en posición de alerta, mientras se acercaban unas nubes lo bastante grises como para esrtopear esa tarde.
Al rato, todo estaba cubierto de una inmensa niebla. Ya no se veía nada. Me preguntaba si de verdad aquello estaba ocurriendo o simplemente era mi imaginación. No. Era la realidad. Me levanté para recordarme a mi misma donde me encontraba. El acantilado.
En lo más alto del acantilado, donde ni siquiera podía saber si pisaba en falso o no. Estaba arriesgándome. Podía caerme en cualquier instante y aún así no cedí, no me rendí porque...nunca es tarde para conseguir lo que realmente ansias, y aunque después pueda salir mal...siempre cuenta el esfuerzo de haberlo intentado.
No me preocupaba el caerme. En esos momentos lo único que quería era encontrarle. Sabía que estaría por aquel lugar y, aunque varias veces dudara de mí misma, logré llegar. Y en efecto, allí estaba él.
Su larga melena al viento era inolvidable. Se giró despacio alnotar mi presencia y pude ver que en sus ojos se ocultaba un gran secreto. Una lágrima de tristeza le rozó su tez blanquecina, para mi asombro, y se levantó calmadamente dirigiéndose a mí.
Extendió sus brazos y me abrazó lo más fuerte que podía. Yo estaba atónita, sin entender nada de lo que estaba pasando....
-¿Estás bien? -le respondí incrédula-
Gracias -se limitó a responder.
Y es que a veces, el más mínimo abrazo, la más pequeña caricia, vale más que mil palabras. Los gestos son los que realmente demuestran el cariño. Esa es la enseñanza que aprendí esa tarde y por ello...ahora te la quiero enseñar a vos.
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